lunes, 31 de agosto de 2009










Familiares queridos.

Casi todos los seres humanos decimos verdades, verdades a medias y mentiras. Yo he dicho de las tres, sin embargo, estas líneas salidas de dentro de mí son verdades totales.

Como cualquier niño tuve dos abuelos y dos abuelas, a los abuelos no los conocí pero lo lamenté sólo al 50 %, mis abuelas si las conocí y muy bien: eran dos ángeles. A ambas siempre les dije Mamá, pues crecí oyendo a mis padres llamándolas de ese modo y así lo aprendí para bien.

Mi abuela paterna es el ser humano que mas he adorado en mi vida, Librada Aguilera, fallecida a los 67 años víctima de un ataque de asma, estoy seguro de que ella me adoraba. Nunca hice nada que le molestara, ella desapareció cuando yo era muy niño, tanto que ella podía cargarme en sus piernas menudas y frágiles.

Mi otra abuela, Rosa Pupo Lis, vivió más y la perdimos cuando yo tenía 15 años, hace ahora 50, a ella le dedico estas líneas, a sabiendas de que no las conocerá ¿o sí las conocerá?, y al más pequeño de sus hijos que pronto cumplirá un nuevo aniversario y fue mi tío materno preferido, en rigor el único de mis tíos maternos que quise.

De mamá Rosa guardo muchos recuerdos: orientando a empleados como hacer tal o más cual cosa, administrando recursos, sentada acariciándose la pierna enferma o víctima de mis majaderías y peticiones que nunca desoyó.
De las malacrianzas que me soportó sin darme un buen golpe, que hoy le agradecería mucho, no me arrepentiré lo suficiente nunca. Ojalá esa forma oculta de la vida que nos espera a todos incluyera un reencuentro con ella. Sería feliz. Quizás así sea, y sea secreto, porque a veces tenemos los seres humanos más amores entre nuestros muertos que entre nuestros vivos. Confieso que es mi caso sin ofender a los que quiero en este mundo.

En 1967 fui enviado a trabajar como maestro primario a un lejano paraje de Velasco, donde había nacido mi abuela, en Oriente, entonces todavía granero de Cuba, el barrio era nombrado Piedra del Indio. Allí cerca residía una familia, la señora se nombraba Migdalia y el esposo, ya mayor también,tenía un nombre que no recuerdo exactamente. Ella hablaba mucho conmigo y desentrañó mis ascendientes.

Un mediodía aquel hombre me llamó e invitó a almorzar, me hizo preguntas y confirmó que yo, el maestro, era nieto de Rosa Pupo, me contó que mi abuela lo había enseñado a leer a él y a muchas personas allí, que lo hacía por una pequeña mensualidad, que era una mujer muy dulce y otras exquicitices que no recuerdo, pero no olvido que me dijo con su rostro noble y lleno de respeto:
-¿Sabe como le decían a su abuela en todos estos contornos? : La Rosa.

Fue un momento crucial en mi vida pues ya ella no estaba para ir yo y decirle lo que opinaba un antiguo alumno que disfrutó de sus humildes conocimientos en los primeros años del convulso siglo XX y recibió de La Rosa lo que ella conocía de lectura o matemática principalmente y desagraviarla, un tanto, por mis majaderías.

A 50 años de su muerte (sábado 27 de setiembre de 1959, 8.30 a.m) sólo la recordarán sus hijos, que existen todos y algunos nietos (que no existen todos) porque la bondad de mi abuela fue tan colosal que no se le olvidará por mucho tiempo y mientras la recordemos, de alguna manera estará viva. ¿Por qué habrá tanta crueldad en la vida? ¿Por qué Mamá, que era la dulzura personificada, debió sufrir?

Conservo esta antigua foto de ella junto a una de sus hijas, Amneda, un ser igualmente dulce que a sus 85 años sigue enamorada de la vida, de las flores, la música, el buen vino, la buena mesa…

De mis tíos paternos como no recordar a Aldo. Era, y es, muy bien parecido. Si en este mundo existieran muchas personas tan emprendedoras como él quizás no habrían hambrientos. Ahora se acerca peligrosamente a los 80, pero sigue siendo el joven de siempre, además, admirado y respetado por todos, aunque puede existir quien le tenga ojeriza porque es de los que no acepta mediocridades.

Para mí, sin embargo, sigue siendo el tío tolerante y comprensivo que en mas de una ocasión impidió que yo recibiera algún castigo, corporal o no, pero como dije que diría toda la verdad que cupiera aquí no debo olvidar que le decían Bebe Caldo, por algo que ignoro y que no es más que el reflejo de ese carácter espectacular, único, irrepetible de los cubanos.

A él en su cumpleaños de setiembre mi deseo de que tenga mucha salud acumulada para los años por venir, que disfrute de su Concha como refugio especial pues en ese sentido es un privilegiado.

Por razones diversas, no imputables a nosotros como diría un Tecnócrata, hace muchos años que no nos vemos…pero es como si lo hubiera visto ayer.

Fue a fines de 1979. Me visitó en mi casa situada en Manacas, Las Villas, entonces, venía desde Estados Unidos de América en donde reside desde hace más de 40 años, le pregunté que carne deseaba comer y me dijo, cubano al fin irrespetuoso entonces de útiles consejos médicos, que lechón asado. Le mostré varios cerdos y le dije que escogiera el que quisiera. Lo hizo y entonces le hice mi última maldad:
-Aquí lo tienes, prepáralo.
Su respuesta fue formidable. Mandó a buscar ropas adecuadas y él y mi papá, que ya no existe, se encargaron de todo…y de que manera. De ese día conservo la foto hecha por un aficionado en que se le ve sacrificando el cerdo saludable y desafortunado.

Ojalá pudiéramos vernos de nuevo, de seguro que ahora me diría que su carne preferida es la de res, quizás yo no podría matar un novillo pero para él, por sus 78 años, por ser el Nené de siempre, el hijo menor de La Rosa, en fin, el Tío, de seguro yo le buscaría carne roja…en cualquier parte.


Agosto de 2009, Santa Clara.

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