sábado, 7 de agosto de 2010

Alberto Granado Jiménez: el hombre que es.


Este domingo Granado celebrará su cumpleaños, 6 años menos joven que su amigo Ernesto Guevara, conserva una vitalidad envidiable junto a su eterna compañera Delia, sus hijos Alberto, Delia, Roxana y una esplendida familia argentina-venezolana-cubana.
Lo conocí a principios de la década de los 80, del siglo que se nos está alejando, en Guanabo. Jugaba dominó con varios amigos cienfuegueros, llegué y lo reconocí, por suerte, lo que le impresionó pues las fotos suyas publicadas eran de cuando era mucho más joven. Unos minutos después la partida se suspendió y se inició una charla que no ha concluido.
Alberto Granado Jiménez llegó a Cuba en los días difíciles del inicio de la Revolución cuando el imperio hacía todo lo posible, y más, para llevarse a todo el personal calificado posible. Muy pronto de los 6 000 médicos con que contaba el país quedaron la mitad, igualmente emigraron profesores universitarios y de otras enseñanzas, técnicos, a todos se les ofrecía en USA privilegios que, por cierto, se mantienen 50 años después.
Es así como Granado debió asumir la responsabilidad de impartir Bioquímica, pero no en la Universidad de La Habana sino en la de Santiago de Cuba. Allí trabajó años y luego desarrolló una intensa y destacada labor científica la que no le impidió doctorarse en Ciencias en 1974.
Alguien, desinformado, pudiera pensar que Granado vino con su mujer y sus dos hijos a Cuba a buscar trabajo o privilegios a la sombra de Ernesto Guevara que por entonces era el Presidente del Banco Nacional. Siempre he dicho o escrito que Granado vino a traernos; no a pedirnos. Renunció a la posibilidad de ser un gran burgués en la populosa Caracas en donde tenía el mejor Laboratorio Clínico de entonces y una clientela muy selecta. Pero Granado no nació para ser millonario, en el sentido de tener muchísimos dólares, porque millonario es ya que millones lo admiramos, lo respetamos y lo queremos por su lealtad a Ernesto y al Che.
Alguien tendrá que escribir la biografía de Granado, sus aportes a la ciencia cubana, a la política, su colaboración discreta con el Che, sus fraternales relaciones de trabajo y amistad con Fidel y otros dirigentes cubanos y de otras latitudes.
La grandeza mayor que tiene Alberto Granado es su sencillez y modestia. Su conducta limpia, pura, desinteresada, honesta. Tengo la suerte de conocer a Granado y a Calica, a Granado más. Calica también quiso venir a Cuba a hacer Revolución, pero ya Ernesto no era, y era, Ernesto. Son los amigos de Pelao, Fuser, Chancho, en fin Ernesto. Eso es un título.
Con la franqueza que caracteriza a Calica reproduce en su libro De Ernesto al Che, que me envió hace años, el mensaje que le transmitió Alberto: Calica, dice el Pelao que si querés ir tenés las puertas abiertas, pero que sepas que en poco tiempo Cuba se declarará república socialista y romperá lazos con el mundo capitalista…Yo no me animé.
Pudiera escribir mucho, muchísimo de Granado, pero sé que a él quizás no le guste. En largas conversaciones con él conocí mejor a Ernesto, antes de ser el Che. Mis encuentros con Granado y sus familiares han sido de las cosas más lindas que me han sucedido en mi ya larga vida. Sin saberlo me ha dado lecciones de inapreciable valor. Granado es grande y su nombre se agigantará con el tiempo.
No hay una sola anécdota hecha por Granado en donde él se sitúe como protagonista. No tengo dudas que debió serlo alguna vez. Dice que lamenta no haberle demostrado a Ernesto cuanto lo quería. Estoy seguro que Ernesto si lo sabía.
Cuando el Che se iba de Cuba fue a Santiago a despedirse de Granado y su familia. Granado lo invitó a ir a una pizzería recién inaugurada junto al resto de su familia. Ya en el establecimiento el Che fue descubierto por el pueblo y no tuvieron intimidad. Petiso Granado ignoraba que su amigo se iba a otras tierras del mundo. ¡Aun lo lamenta!
Hace muchos años estábamos Granado y yo hablando solos en mi casa, humildísima, y me contó con palabras tan tiernas que sólo se le dedican a un hijo que durante el viaje que hicieron ambos cenaron en la casa de del Dr. Pesce, científico notable que los ayudó mucho, insistía en que Ernesto le diera su opinión acerca de su libro recién escrito Latitudes del Silencio. Granado trató de impedirlo mientras cenaban. Sin embargo ya en la puerta para retirarse el Dr. insiste: Pero Ernesto usted no puede irse sin darme su opinión de libro. Ernesto opinó descalificando el libro por completo con argumentos tan sólidos, que Granado, pese a su indignación lo veía como que se agigantaba delante de aquel notabilísimo científico. Se despidieron. Caminaron en silencio. Granado ardía por dentro hasta que estalla diciéndole : vos un mierda el Maestro nos has llenado la panza, nos ha dado dinero, nos ha dado cartas de presentación y lo único que quería era que le dijeras que el libro estaba bueno. Me dijo Granado: Ernesto poniendo una carita así me dijo:
-Pero Mial, vos no viste que yo no quería hablar.
Hay mucho más en este argentino aplatanado, que le encantan los tangos, entre ellos Volver, toda la buena música, buena literatura, el campo, la playa, la naturaleza…la vida.
En su cumpleaños reciba el ilustre argentino, el agradecimiento enorme de este humilde profesor al Profesor Granado, amigo de Ernesto, y de Don Ernesto y Celia, por haberle dado su ciencia y experiencia a Cuba y su Revolución, por haberle sido leal al Che siempre. Y por haber aceptado la amistad de este simple cubano que lo quiere mucho, mucho, mucho.

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