viernes, 22 de enero de 2010

Don Ernesto Guevara Lynch










Don Ernesto Guevara Lynch.
A mi hermano bonaerense Diego Martín, Martinete.

En estos días finales de diciembre cuando se ha hablado tanto de la Batalla de Santa Clara, la Campaña de Las Villas liderada por el Che, la Campaña de Oriente liderada por Fidel y Raúl yo he recordado a uno de los argentinos más ilustres que he conocido: mi amigo Don Ernesto.

Empeñado en acercarme a fuentes fidedignas en donde conocer más del Che un buen día me personé, sin previo aviso, en la modesta casa de Don Ernesto y su esposa Ana María Erra, (excelente artista de la plástica que expone su obra en este momento en España), en Playa Ciudad Habana. Toqué a la puerta de la terraza y de inmediato salió una niña con uniforme escolar de Secundaria a la que dije mi intención de hablar con don Ernesto. La niña de muy finos modales y excelente educación me invitó a sentar, entretanto ella hablaba con su padre. Enseguida regresó diciéndome:

-Mi Papá ya baja.

Permanecí de pie, casi inmóvil, esperando a quien me recibía sin tener ninguna referencia personal que justificara su atención. De repente lo tuve delante con la mano extendida, un hombre de su experiencia debió notar mi turbación justificada y sencillamente me invitó a sentarnos. Respeto profundamente las figuras históricas y durante aquellos minutos me sentía como si estuviera frente a los padres de hombres como José Martí y Antonio Maceo. Fue el primero de muchos encuentros.

Era un hombre de alrededor de 80 años, alto, complexión robusta, mirada inteligente, palabra fácil, exquisito sentido del humor; poseedor de una cultura amplísima que le permitía abordar los más variados temas con soltura y sencillez, orgulloso de sus hijos e hijas, despojado de toda vanidad, incapaz de usar su apellido para beneficio personal; consciente de su enorme responsabilidad por ser el padre del Che.

Al mayor de sus hijos lo nombraba indistintamente Che o Ernesto y no tenía reparo alguno en proclamar con orgullo que era Celia la que había forjado el carácter del que ahora es un símbolo, criterio en el que hay una alta dosis de desinterés pues es bien sabido que Don Ernesto facilitó a su primogénito una nutridísima biblioteca en la que el joven devoró obras muy diversas además de brindarle toda la atención posible, sin que ello quiera decir que tanto padre como hijo eran seres perfectos.


Lo que nos transmitió don Ernesto.

En mis 45 años de labor docente, hablar con Don Ernesto en la intimidad de su hogar es el privilegio mayor que he tenido como historiador y maestro; ha sido el máximo estímulo recibido por mí y constituyó la posibilidad de profundizar en la vida y obra del Che: Lo aprendido del padre generoso sólo es comparable con lo que he recibido de su amigo Calica Ferrer y, sobre todo, de Alberto Granado.

Al recordar mis encuentros con Don Ernesto revivo algunos momentos de trascendencia tal que mucho más de 20 años después aun me conmueven, por ejemplo.

En una visita que le hice con un grupo de alumnos de la Escuela
Frank País de Santo Domingo, Villa Clara de la cual yo era Director él nos narró que su hijo le dijo que sólo había estado en peligro de muerte una vez, y lo graficó con un gesto que el fotógrafo atrapó para dicha nuestra. Contó que estando su hijo con un fuerte ataque de asma ordenó a sus hombres que lo dejaran solo para no exponer sus vidas, pero uno de ellos el joven Joel Iglesias permaneció oculto de su Jefe en un lugar próximo hasta que el mismo logró superar la situación dificilísima. Hablaba con orgullo y agradecimiento del Comandante Joel Iglesias.

De la Guerra de las Malvinas conversamos mucho, acerca de su alcance, por qué se había hecho, el por qué de su fracaso, su opinión sobre los militarotes que la habían desencadenado. Sin embargo, cuando me habló del incidente en que el submarino nuclear británico Conqueror hundió al crucero argentino General Belgrano, con su valiosa carga de 360 compatriotas suyos, la mayoría jóvenes, no podía evitar mostrar su consternación por el inútil sacrificio.

En otra ocasión le pedí me hablara del reloj del Che. Con una mezcla de alegría y dolor me contó que durante el viaje que hiciera a Cuba en enero de 1959 ya en la despedida le entregó al Che un reloj que él conservaba de alguien muy entrañable para el Che, este lo recibió con gusto y deshaciéndose del reloj que traía puesto le dijo a Don Ernesto:
-Este reloj me lo entregaron cuando me hicieron Comandante, cuídalo.
Con evidente emoción concluyó con estas palabras que estoy escuchando como si hubieran sido pronunciadas hace 2 ó 3 horas.

- No me lo quito más que para bañarme, con él me siento más fuerte.


Una hermosa familia.

Entre Don Ernesto y Ana María había una relación extraordinariamente hermosa, ella como toda buena esposa cuidaba a Ernesto con devoción maternal, algunos años más joven que su esposo la Artista que es Ana María demostró que el amor no tiene edad ni otro límite que no sea el que uno mismo se impone. Tuvieron 3 hijos Victoria, la niña que me recibió un buen día, Ramón y Ramiro; los tres heredaron de sus padres muchas virtudes, pero sobre todo la modestia que hace que ellos hayan estudiado intensamente labrándose una vida independiente convirtiéndose en profesionales de alto vuelo sin hacer ostentación del glorioso apellido que llevan ni utilizándolo en su favor.

Al hablar con Don Ernesto en aquella histórica terraza sobre Fidel le pregunté si hacía mucho que no lo veía. No me respondió de manera directa y sólo me dijo que tenía el teléfono directo de Fidel pero que no lo usaba nunca porque Fidel tenía demasiado trabajo. Entonces pensé, y estoy seguro, que Fidel habría atendido a Don Ernesto como a su padre mismo.

La grandeza de este hombre llegaba al detalle de que él iba al agro a buscar lo que de allí necesitara, no pidió chofer a la Revolución, su casa como dije antes era modesta, aunque alguien me diga que allí sólo hay buenas casas, lo que es cierto, pero la de Don Ernesto, escoltada por dos palmeras, es de las menos sobresalientes. Allí residen su viuda y sus hijos.

Este hombre excepcional y su esposa atendieron al humilde profesor que soy; no un general, embajador, ministro, cineasta famoso, etc; por eso mi respeto eterno a su memoria.

Un incidente.
Hace unos años una dama de grandes méritos históricos puso en entredicho en mi presencia, las cosas que decía Don Ernesto de la niñez de su hijo mayor. Sé medir las distancias y calcular jerarquías pero con desacostumbrada diplomacia y ecuanimidad rechacé el criterio y demostré la veracidad de lo que exponía el Padre. Recuerdo haber ejemplificado con José Raúl Capablanca el genio que a los 5 años ganaba partidas de ajedrez a jugadores experimentados. No hubo réplica. Allí estaba alguien muy allegado a Tania que reside en la Ciudad de La Habana, entre otras personalidades. Nunca nadie podrá expresar una idea que menoscabe la figura de Don Ernesto delante de mí, ni de ninguno de mis 5 hijos que crecieron conociéndolo, respetándolo y admirándolo.

Pienso que estamos en deuda con la historia, que es impostergable llevar a los jóvenes de hoy la experiencia acumulada, es importante que sean conocidos los padres del Che, la familia de quien ya no es ni argentino ni cubano a pesar de documentos oficiales. La familia es fundamental en la formación del individuo, lo demuestran el Che, Antonio Maceo y muchos más.
La desaparición del amigo.

Don Ernesto nació en Buenos Aires el 11 de febrero de 1901, pronto se cumplirán 109 años de ese hecho. Ingresó en la educación superior en cuatro carreras pero no concluyó ninguna, entre ellas medicina que alguna vez tuvo que ejercer en medio de las terribles condiciones en que vivían seres humanos olvidados y sin derechos. Fue un Hombre hasta el final de sus días. Imposibilitado de poder seguir conduciendo su coche, visitando cines y teatros, atendiendo amigos y compañeros, cuidando de sus hijos y esposa, escribiendo, trabajando se nos fue poco después de haber cumplido 86 años vitales y con una espléndida lucidez.

Para los cubanos amantes de la Revolución y de su Historia Don Ernesto Guevara, padre del Che, está en el mismo sitial que Marcos Maceo, padre del Titán de Bronce, pues los dos fueron fieles hasta las últimas consecuencias a la memoria de sus hijos. Honor eterno a la memoria de Don Ernesto.



Digitalización de fotos Alfredo Artiles.

Santa Clara, 1 de enero de 2010.

No hay comentarios: