¡Me ha llegado el final…!
El 20 de abril pasado llegué a mi cumpleaños número 65, y casi dos meses antes, el 1 de marzo de 2010 había cumplido 45 años de ejercicio como maestro o profesor, entre otras tareas llevadas en el sector educacional, siempre en Cuba. 45 años de trabajo ininterrumpido en el mismo sector es muy bonito, cumplir 65 años no tanto.
En estos 45 años he tenido logros significativos traducidos en medallas, sellos, diplomas, distinciones, etc. Pero lo mejor de todo es encontrarme un antiguo estudiante con la invariable pregunta ¿no se acuerda de mí?, en un hermoso gesto que hace olvidar las canas.
He trabajado durante 20 años en la Universidad de Ciencias Pedagógicas Félix Varela ubicada en Santa Clara, Villa Clara. Fueron mis años más productivos. Al irme de aquí lo hago con la nostalgia que suponen los finales y el dolor que implica, a veces, descubrir cosas nuevas. Desde esta Universidad he escrito todo lo publicado. Ignoro si se me permitirá seguir haciéndolo. Hay límites incuestionables y yo los respeto.
La expectativa de vida es ahora casi 80 años, trataré de seguir siendo útil, muy útil, en los años que me resten en este planeta cada vez más vulnerable.
Fui a la oficina de seguridad social a recibir la chequera, que nunca he deseado, y mientras esperaba recordaba aquel 1 de marzo de 1965 en que mi padre me llevó a la escuela Argelio Puig Jordán, bien alejada de la ciudad, a iniciarme como maestro. Había muchachas de mi edad y muchachones. Eso trajo algún que otro problemita intrascendente, grato de recordar. Recordaba a muchos alumnos, pero sobre todo, a uno de primer grado, atendía de primero a sexto, muy educado y formal al cual al preguntarle como se llamaba respondía invariablemente:
-Yo me llamo Agustín Desiderio Cecilio Parra. Hace 45 años y lo estoy oyendo así como ofreciéndole disculpas pues, en más de una ocasión, le pregunté lo mismo para escuchar su impecable respuesta. Debe residir en Holguín. Él, o uno de sus hermanos, es médico en el Hospital Lenin de esa ciudad.
En la mencionada oficina estábamos 3 personas de la Universidad Félix Varela por la misma razón. Yo debía encontrarme a las 3.30 con el luchador revolucionario argentino Raúl Huidobro. Estaba apurado. Mis dos compañeras me pidieron que aceptara ser el primero, por ese compromiso.
Me atendió una mujer joven, bella, de quizás 30 años, rubia cuyos hermosos ojos me miraban como a un padre. Me dijo: Ha venido usted muy elegante. Se jubila en virtud de la Ley No. 90, su chequera es de 625 pesos que cobrará a partir de mayo próximo.
Me disgusta la palabra chequera, le dije, a lo que ella respondió: bueno la forma de pago. Me quedó fuerza para decirle: Te deseo que llegues a mi edad con esa mirada tan linda. Gracias. Hasta luego a todas.
Al siguiente día me encontré con una de las dos compañeras que estaban en el mismo trámite; Lidia Ruíz que me dijo:
Cuando te fuiste la muchacha nos dijo: él no se acuerda de mí, pero yo sí porque ese fue mi mejor Profesor de Historia de Cuba en la Universidad. Temblé. Sé que mis ojos brillaron un tantico. ¡Si yo pudiera volver a la escuela campesina, con mi padre, y encontrarme con Agustín Desiderio Cecilio Parra!
El 20 de abril pasado llegué a mi cumpleaños número 65, y casi dos meses antes, el 1 de marzo de 2010 había cumplido 45 años de ejercicio como maestro o profesor, entre otras tareas llevadas en el sector educacional, siempre en Cuba. 45 años de trabajo ininterrumpido en el mismo sector es muy bonito, cumplir 65 años no tanto.
En estos 45 años he tenido logros significativos traducidos en medallas, sellos, diplomas, distinciones, etc. Pero lo mejor de todo es encontrarme un antiguo estudiante con la invariable pregunta ¿no se acuerda de mí?, en un hermoso gesto que hace olvidar las canas.
He trabajado durante 20 años en la Universidad de Ciencias Pedagógicas Félix Varela ubicada en Santa Clara, Villa Clara. Fueron mis años más productivos. Al irme de aquí lo hago con la nostalgia que suponen los finales y el dolor que implica, a veces, descubrir cosas nuevas. Desde esta Universidad he escrito todo lo publicado. Ignoro si se me permitirá seguir haciéndolo. Hay límites incuestionables y yo los respeto.
La expectativa de vida es ahora casi 80 años, trataré de seguir siendo útil, muy útil, en los años que me resten en este planeta cada vez más vulnerable.
Fui a la oficina de seguridad social a recibir la chequera, que nunca he deseado, y mientras esperaba recordaba aquel 1 de marzo de 1965 en que mi padre me llevó a la escuela Argelio Puig Jordán, bien alejada de la ciudad, a iniciarme como maestro. Había muchachas de mi edad y muchachones. Eso trajo algún que otro problemita intrascendente, grato de recordar. Recordaba a muchos alumnos, pero sobre todo, a uno de primer grado, atendía de primero a sexto, muy educado y formal al cual al preguntarle como se llamaba respondía invariablemente:
-Yo me llamo Agustín Desiderio Cecilio Parra. Hace 45 años y lo estoy oyendo así como ofreciéndole disculpas pues, en más de una ocasión, le pregunté lo mismo para escuchar su impecable respuesta. Debe residir en Holguín. Él, o uno de sus hermanos, es médico en el Hospital Lenin de esa ciudad.
En la mencionada oficina estábamos 3 personas de la Universidad Félix Varela por la misma razón. Yo debía encontrarme a las 3.30 con el luchador revolucionario argentino Raúl Huidobro. Estaba apurado. Mis dos compañeras me pidieron que aceptara ser el primero, por ese compromiso.
Me atendió una mujer joven, bella, de quizás 30 años, rubia cuyos hermosos ojos me miraban como a un padre. Me dijo: Ha venido usted muy elegante. Se jubila en virtud de la Ley No. 90, su chequera es de 625 pesos que cobrará a partir de mayo próximo.
Me disgusta la palabra chequera, le dije, a lo que ella respondió: bueno la forma de pago. Me quedó fuerza para decirle: Te deseo que llegues a mi edad con esa mirada tan linda. Gracias. Hasta luego a todas.
Al siguiente día me encontré con una de las dos compañeras que estaban en el mismo trámite; Lidia Ruíz que me dijo:
Cuando te fuiste la muchacha nos dijo: él no se acuerda de mí, pero yo sí porque ese fue mi mejor Profesor de Historia de Cuba en la Universidad. Temblé. Sé que mis ojos brillaron un tantico. ¡Si yo pudiera volver a la escuela campesina, con mi padre, y encontrarme con Agustín Desiderio Cecilio Parra!
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